Letreros de neón, idiomas, comida, sensaciones varias...
Igual estaban ricos los arrollados...
HE AQUÍ
"una lectura ilustrada
y creativa de los elementos
gráficos de la ciudad de Santiago de Chile."
Emilio Marín, arquitecto egresado de nuestra facultad, expresó su interesante visión de la arquitectura en la charla que dio al taller hace un par de semanas. Para quienes no estuvieron presente, pueden leer el profile de su página web http://estoes.oficinadearquitectura.cl, donde resume la perspectiva en la que ha desarrollado su carrera.
De ella destaco dos aspectos. El primero tiene que ver con la visión aguda y crítica de su profesión, el intentar ir más allá y salir de lo tradicional. Ese incansable afán de búsqueda y exploración, donde no se aceptan conceptos predeterminados, y donde es fundamental mantenerse al día y ligado al mundo de su profesión en el ambiente nacional e internacional.
El segundo, es el enfoque que le da a su profesión, muy ligado a las artes visuales (está pronto a obtener el Magíster en Artes Visuales en nuestra universidad), ya que esto permite crear una lazo con la visión sensible de la sociedad y el entorno, la expresión de percepciones y sensaciones que debieran considerarse al momento de construir una ciudad. Él mismo definió a los arquitectos como los “autores de la ciudad”, pero cuando los autores se desprenden de la visión artística, sus obras resultan carentes de este sentido profundo de la creación humana y del respeto por el entorno, el paisaje, los habitantes y su cultura.
Esto es tal vez el “plus” o la diferenciación que intenta entregar nuestra Universidad a sus estudiantes, y así ocurre también con nuestra carrera de diseño. Aquí no sólo nos enseñan la profesión, sino que también nos enseñan a desarrollar un perfil abierto, una mente despierta e inquieta, con interés social, observando siempre el entorno y buscando el sentido profundo de nuestras creaciones, que nos aleje de lo facilista, superficial y lo pasajero.
Estos mismos conceptos son los que trabaja la escuela KaosPilot en Dinamarca. Si bien no es una escuela de diseño, se definen como una “escuela internacional del nuevo diseño para negocios e innovación social con fuerte énfasis en los valores”. Ellos trabajan con un perfil abierto, socialmente responsable y una vocación preferencial por el trabajo en escenarios reales. “Debemos sentir, pensar y vivir de manera global para poder manejar los conflictos a los que nos enfrentamos en la actualidad”, Uffe Elbaek, director de la escuela KaosPilot. Sin duda un gran referente formativo y de trabajo que ha logrado resultados muy interesantes. (Revista Chilena de Diseño N°1, 2006, pág. 36).
En este sentido, la carrera del diseño tiene una gran misión en Santiago. Aquí el diseño es mirado como algo más bien estético y superficial, mas falta entenderlo como un potenciador del desarrollo de la ciudad, el generador de ese “valor agregado” que necesitamos para crear espacios donde la comunicación fluya, respetando el paisaje, sin perder la esencia del lugar y de la gente que allí habita. Este tema es reconocido, y ha sido planteado desde diversas perspectivas:
“En la medida que el diseño es una disciplina integradora de la tecnología y la cultura, resulta importante que en Chile se formen a sus propios diseñadores, profesionales que han de contribuir a la creación de la industria local con la que potencien de la mejor manera posible los recursos y que ayuden a salir del subdesarrollo sin pasar por la alineación cultural y la destrucción del territorio”. (Nueva definición del diseño para Latinoamérica ante los retos del nuevo milenio, Gabriel Simón Sol, Universidad Autónoma de México).
El diseño puede y debe intervenir y facilitar la interacción entre ciudad y paisaje, entre personas y lugares, y hacer la distinción entre una ciudad con diseño y una ciudad sin diseño.
Aunque nací en Santiago y viví acá hasta los 9 años, si me preguntan de donde soy digo que de
Este es mi cuarto año en Santiago, y la verdad no me he dado el tiempo de conocerlo mucho. Uno no suele ser turista en su propio país.
Al principio iba de la casa a
Un día, de curiosa quise ir a ver el barrio donde vivía cuando niña acá en Santiago. Al principio busqué el que fue mi edificio, que en esos años me parecía tan alto y ahora no podía encontrarlo porque en su lugar solo había un edificio enano, de cuatro pisos, que más bien parecía una casa grande. Esa fue mi primera impresión, encontrar todo chico, y claro, ahora más alta y más grande veo todo desde otra perspectiva. Pero me trajo mil recuerdos ver el patio donde jugaba, la calle, el camino al colegio, el supermercado, etc. “Ya dijo Vicuña Mackena que “no hay nada que interese más al hombre después de su casa, que la calle donde pasa dos tercios de su vida, calle arriba, calle abajo, callejeando…” (Miguel Laborde, Calles del Santiago Antiguo). Quiéralo o no, uno se encariña con su barrio, con su entorno, porque ahí quedan todos nuestros recuerdos y nosotros vivimos de los recuerdos.
Pero fue por un trabajo de taller del año pasado que me convertí en una verdadera turista en mi propia capital, y con mi compañera Paulina comencé a recorrer Santiago en búsqueda de los bares más antiguos y populares de la capital.
En general me gusta Santiago (aunque no cambio mi Serena). La gente de regiones lo crítica más de la cuenta. A veces me dan ganas de defenderlo y decir: “pero si no es tan malo”, así como diciendo, “pobrecito, es que no lo comprenden”. Que el smog, que el Transantiago, que la gente, la bulla, blabla.
Específicamente, con el asunto del Transantiago, las dificultades han “dejado de manifiesto que el problema de Santiago no es el transporte (…) sino un problema netamente urbano: cómo está construida la ciudad, cómo crece, cómo se la ordena” (Alfredo Rodríguez, Esa delgada línea amarilla)[1]. Los santiaguinos se terminan acostumbrando a esto y casi pasan por alto esos desagradables “detalles”. Son otras las cosas que hay que destacar y valorar. “Santiago tiene más historia de lo que se cree, mucho más, pero por desgracia hay muchas anécdotas que hablan de ausencias, de testigos olvidados o caídos bajo la picota” (Miguel Laborde, Calles del Santiago Antiguo). La modernidad está borrando las huellas de nuestro legado, pero aun hay mucho que se puede rescatar.
Yo creo que hay que darse el tiempo de conocer esta polis, de salir a recorrer con los ojos de un turista, apreciar la historia, la arquitectura, los paisajes y llenarse de las bondades y delirios que nuestra idiosincrasia nos ha regalado.
Daniella Reuse
[1] RODRIGUEZ, Alfredo. Esa delgada línea amarilla. Revista CA nº129 Colegio de Arquitectos de Chile. abril-mayo 2007 p.22 ISSN 0716-3622
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