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"una lectura ilustrada
y creativa de los elementos
gráficos de la ciudad de Santiago de Chile."

jueves, 1 de mayo de 2008

Turista en mi ciudad


Aunque nací en Santiago y viví acá hasta los 9 años, si me preguntan de donde soy digo que de La Serena. Allá nos trasladamos con mi familia y ahí viví todos estos años hasta que entre a la U. Pero aunque estudio en la capital, sigo viviendo en La Serena, allá está mi familia, mi casa, mi cama, mis amigos de la vida, mi gato, todo.

Este es mi cuarto año en Santiago, y la verdad no me he dado el tiempo de conocerlo mucho. Uno no suele ser turista en su propio país.

Al principio iba de la casa a la U, y de la U a la casa. Pronto conocí Bellavista, República y los típicos lugares donde te llevan a “carretear”. Después los profes me mandaron a los museos y a las exposiciones, ahí recién recorrí un poco más la ciudad. Por el trabajo en campamento conocí otra realidad, la que no se ve a primera vista, pero que tiene tanto o más que enseñar que un museo.

Un día, de curiosa quise ir a ver el barrio donde vivía cuando niña acá en Santiago. Al principio busqué el que fue mi edificio, que en esos años me parecía tan alto y ahora no podía encontrarlo porque en su lugar solo había un edificio enano, de cuatro pisos, que más bien parecía una casa grande. Esa fue mi primera impresión, encontrar todo chico, y claro, ahora más alta y más grande veo todo desde otra perspectiva. Pero me trajo mil recuerdos ver el patio donde jugaba, la calle, el camino al colegio, el supermercado, etc. “Ya dijo Vicuña Mackena que “no hay nada que interese más al hombre después de su casa, que la calle donde pasa dos tercios de su vida, calle arriba, calle abajo, callejeando…” (Miguel Laborde, Calles del Santiago Antiguo). Quiéralo o no, uno se encariña con su barrio, con su entorno, porque ahí quedan todos nuestros recuerdos y nosotros vivimos de los recuerdos.

Pero fue por un trabajo de taller del año pasado que me convertí en una verdadera turista en mi propia capital, y con mi compañera Paulina comencé a recorrer Santiago en búsqueda de los bares más antiguos y populares de la capital. La Piojera, El Hoyo, los Canallas, el Bar Nacional, Pancho Causeo, etc., lugares con mucha historia e identidad, y descubrí riquezas escondidas en los barrios, en la gente, en las calles, etc.

En general me gusta Santiago (aunque no cambio mi Serena). La gente de regiones lo crítica más de la cuenta. A veces me dan ganas de defenderlo y decir: “pero si no es tan malo”, así como diciendo, “pobrecito, es que no lo comprenden”. Que el smog, que el Transantiago, que la gente, la bulla, blabla.

Específicamente, con el asunto del Transantiago, las dificultades han “dejado de manifiesto que el problema de Santiago no es el transporte (…) sino un problema netamente urbano: cómo está construida la ciudad, cómo crece, cómo se la ordena” (Alfredo Rodríguez, Esa delgada línea amarilla)[1]. Los santiaguinos se terminan acostumbrando a esto y casi pasan por alto esos desagradables “detalles”. Son otras las cosas que hay que destacar y valorar. “Santiago tiene más historia de lo que se cree, mucho más, pero por desgracia hay muchas anécdotas que hablan de ausencias, de testigos olvidados o caídos bajo la picota” (Miguel Laborde, Calles del Santiago Antiguo). La modernidad está borrando las huellas de nuestro legado, pero aun hay mucho que se puede rescatar.

Yo creo que hay que darse el tiempo de conocer esta polis, de salir a recorrer con los ojos de un turista, apreciar la historia, la arquitectura, los paisajes y llenarse de las bondades y delirios que nuestra idiosincrasia nos ha regalado.

Daniella Reuse

[1] RODRIGUEZ, Alfredo. Esa delgada línea amarilla. Revista CA nº129 Colegio de Arquitectos de Chile. abril-mayo 2007 p.22 ISSN 0716-3622

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